PRENSA
«Partiendo de una metáfora tan vieja como la "sed", el narrador interpreta su ebriedad como un descenso a los infiernos de la ignorancia colectiva y la vanidad intelectual. Alegoría y sátira se unen en una hélice devastadora, tan afilada que no deja títere con cabeza -literalmente, ya que sus personajes tienen más... de marioneta que de humanos- y hace trizas las poses y clichés de la modernidad. La crítica sigue siendo válida en gran medida porque la acción transcurre en una dimensión atemporal: sus escenarios -hospitales, autobuses, aeropuertos- hoy serían designados como "no lugares", sitios anónimos, reconocibles pero resbaladizos en términos de identidad. En ese sentido cuesta saber si es un iluminado o un precursor, pero lo que está claro es que el interés de su obra radica en su lado irreverente y demoledor.(...)Así son las frases lapidarias y los fogonazos de lucidez de Daumal, estrellas que no acaban de formar una constelación y que, sin embargo, brillan con tanta fuerza que aún siguen iluminando las zonas más oscuras del ego y la literatura.»
René Daumal
René Daumal se consagra desde muy joven a la poesía y a las experiencias narco-iniciáticas en busca del Absoluto. Luego abandonará tanto la poesía –convirtiéndose así en un perfecto exponente del malditismo literario– como las sustancias psicotrópicas para dedicarse al paciente conocimiento de sí siguiendo las enseñanzas de Gurdjieff. Constituyó en el instituto un grupo llamado «los Simplistas» y, ya en 1928, funda con Gilbert-Lecomte Le Grand Jeu, revista vanguardista opuesta al surrealismo de André Breton. Ensayista, traductor y escritor, heredero olvidado de Rabelais, Swift o el Faustroll de Jarry, Daumal nos ofrece en La gran borrachera una ácida crítica de la sociedad y un manual para aprender a pensar. Muerto prematuramente a los 36 años, dejó inconclusa su obra póstuma El monte análogo.